miércoles, 6 de julio de 2011

EL PERIODISMO: ¿ETERNAMENTE ININTELIGIBLE?


Cuando se está en frente del televisor, el sintonizador de radio o el ordenador se abre un abanico de posibilidades en cuanto al tipo de información que se va recibir. Cada una de las posibilidades está condicionada por el canal de televisión, al dial de radio y la página web que se escoja como el suministrador de las informaciones del día. Lo mismo aplica para los impresos; todo lo que se conocerá ese día en particular depende del periódico o revista que se elija leer. Pero más allá de esa, a veces instantánea e inconsciente, selección, actúan innumerables mecanismos invisibles para la mayor parte de los ciudadanos. Son miles de millones de personas en el mundo que quedan al margen de lo que en Francia sería el “circulo de la razón” de Alain Minc.

Rodolfo Serrano lo ha comentado en su obra “Un oficio de fracasados”, apuntando que existen varios filtros que criban las informaciones que son publicadas y, por tanto, determinan lo que la gente ve como importante o interesante de su entorno real. Desde la primera selección de los hechos noticiables, ya los medios de comunicación, jefes y equipo periodístico juegan al dios todopoderoso. Luego vendrían otros factores que ejercen presión sobre los periodistas a la hora de hacer las coberturas y la redacción de las noticias: la dimensión económica y política dentro de la empresa informativa. La generación de rentabilidad financiera a merced de la información está convirtiendo a los periodistas en stokebrokers que día a día deben considerar el valor de sus productos en el mercado y las oportunidades de comprar o vender según las necesidades de los accionistas de la empresa en la que laboral y de las corporaciones o conglomerados relacionados.

La rentabilidad puede en ocasiones estar directamente relacionada a los mismos periodistas, como en el caso francés estudiado por Serge Halimi en su obra “Los nuevos perros guardianes”. Halimi hace hincapié en el funcionamiento de una especie de red de complicidad y camaradería entre periodistas y gentes de medios de comunicación, que se ha convertido en una espiral de connivencias y pactos para mantenerse en lo más alto de la escala del poder mediático. Este poder mediático se traduce en poder económico y político. Los periodistas se han transformado en celebridades y en las voces más autorizadas para hablar sobre cualquier tema de actualidad en Francia, incluso para loar (sin tapujos) o hundir con críticas (cuando son rivales o indeseables) a personalidades, instituciones, creaciones literarias, empresas, etc.

Esa invisibilidad del mundo paralelo de la confraternidad periodística y mediática no es exclusiva de Francia y tiene su contraparte en otros países, en los que la realidad lucha por imponer a los medios de comunicación una agenda más ciudadana con mayor preponderancia de noticias de interés público que eleven el estatus democrático de las personas y su bienestar socioeconómico.

En 1987 sucedía en Nicaragua una guerra interna en la que se enfrentaban facciones sandinistas con grupos opuestos a la revolución (los “Contra”) que recibieron apoyo de la administración del gobierno estadounidense de Ronald Reagan. El documental The World is Watching realizado al calor de ese enfrentamiento en Centroamérica, desvelo las disímiles estrategias periodísticas llevadas a cabo por cuatro reporteros internacionales que respondía  a los intereses de cuatro grandes medios de comunicación del primer mundo. Puso en evidencia que una cosa es lo que el periodista ve en su trabajo de campo y otra muy diferente es lo que los ciudadanos del primer mundo observan en sus pantallas. Son los reportajes de los periodistas ubicados en el lugar de los hechos (Nicaragua) una vez que han sido tamizados por los criterios culturales, políticos, mercantilistas, mercadotécnicos, financieros, etc., de cada medio de comunicación, dejando muchas veces de lado, los factores más determinantes que causan la situación noticiable en ese momento.

En los ochenta ya se hablaba de una fuerte decadencia del profesionalismo periodístico como modelo para la cobertura de los hechos y el tratamiento y presentación de las noticias. Daniel Hallin culpa a dos factores de este declive de la “edad de oro” del periodismo: la modificación de la estructura de gestión económica de las organizaciones informativas, “variando el contrapeso entre la parte empresarial y la periodística” y las reacciones del periodismo a los cambios que ha sufrido el mundo desde el punto de vista político y cultural y que “han socavado las condiciones bastante especiales bajo las que el modelo profesionalista gozaba de buena salud”. Como pudo haber ocurrido con los reportajes sobre los “Contra” en Nicaragua, los medios de comunicación, siguiendo un patrón comercial y habiendo hecho estudios de mercado, buscaron satisfacer lo que sus respectivas audiencias deseaban observar.

A cada vaivén de la sociedad corresponde un tipo de periodismo. Eso podría demostrarse con las diferentes formas de presentar las informaciones que ha caracterizado las sucesivas décadas desde mediados del siglo XIX, era en la que predominaba la complacencia mutua entre las iniciativas de prensa, los políticos y la aristocracia poseedora de negocios e ingentes recursos económicos. Luego se pasa a un siglo XX de reflexión interna del gremio periodístico e impulso de un ejercicio profesional aséptico y alejado al máximo de las opiniones que provenían tanto de la cúspide como de la base de la jerarquía social.

Ahora en el siglo XXI se han incrementado los condicionantes que llevan a los medios de comunicación y a los periodistas a hacer prevalecer la rentabilidad económica de su actividad informativa. Tanto que en muchos países la mayoría de los ciudadanos están obteniendo su acervo de conocimientos diarios de noticias sensacionalistas, de programas de “realismo cotidiano” y tipo “tabloides” con abundante dramatismo y excitación emocional (planteados por Hallin). Es el “infoentretenimiento” ocupando los vacíos que se han originado por las deficiencias del periodismo en revisarse a sí mismo y plantearse una verdadera consolidación de su ideal profesional allende la creación de asociaciones y códigos por doquier.

Y es que el periodismo se ha vuelto hacia la búsqueda de nichos más que a responder a los intereses públicos de toda una población. De esta forma, y como lo afirman Bill Kovach y Tom Rosenstiel, se nos presenta el reto de enfrentar “el auge de un periodismo basado en el mercado y cada vez más disociado de cualquier noción de responsabilidad cívica”. Kovach y Rosenstiel han formulado de hecho, un Teoría del Público Interconectado como una forma de complementar la Teoría de la Democracia que los periodistas asumen como el conjunto de principios que guía su actuación en pro del bienestar de la ciudadanía.

La Teoría del Público Interconectado trae implícita la concepción de que ante todo medio de comunicación existen tres “niveles de compromiso de los lectores”. De ahí que resulta contradictorio renegar las estratagemas empresariales de marketing, y al mismo tiempo aceptar que la población que forma parte de la audiencia del mass media se puede segmentar en un “lector implicado”, un “lector interesado” y un “lector no interesado”. El meollo de la aplicabilidad de la concepción democrática de los principios del periodismo es que se debe “servir a los intereses de los sectores más amplios de la comunidad” y hacer del suministro de información un mecanismo lo más efectivo posible en el logro del autogobierno y la soberanía de los ciudadanos.

Cuando los medios se han alejado de la premisa cívica de su responsabilidad y, a medida que se percatan de que su accionar no está respondiendo a los intereses del público y está siendo sometido a juicio por la opinión ciudadana, entonces dieron rienda suelta a la autopromoción como baluartes de la libertad y la independencia; también aumentaron la manipulación con el objetivo de no abandonar la lógica economicista del periodismo moderno que les sigue dando rédito, a pesar de mermar la calidad del producto informativo y el número de lectores, oyentes, televidentes e internautas.

Otra manera de disminuir la aportación de herramientas que funcionen para que los ciudadanos tenga un apropiado nivel de información ordenada, fiable y precisa es a través del incremento que ha experimentado en los últimos años el periodismo como “una actividad notablemente más sentenciosa y subjetiva” como lo afirmaran Kovach y Rosenstiel. Pero aquí caemos en la diatriba que siempre ha caracterizado al periodismo en el ámbito académico y profesional: la de la objetividad posible o imposible.

Cabe recordar los contratos entre el periodista y su audiencia formulados por Daniel Dayan y que componen el concepto de objetividad en la información: “contrato de legibilidad” que se refiera a la no ocultación o distorsión de cualquiera de las partes constituyentes del relato; el “contrato de pertinencia” que propugna evitar la sobreabundancia de datos inútiles, ateniéndose a “relatar los elementos necesarios para la comprensión de la situación”; y el “contrato distancia” para que el periodista no narre “como si fuera parte del propio acontecimiento”. Esta fórmula va atada a la concepción de la objetividad, no como algo preferible a la subjetividad, sino como la aplicación de un rigor en los procedimientos y tareas que se ejecutan para lograr una “afirmación irrebatible o una concatenación irrebatible de hechos verificados”.

Más lejos llega Robert Entman en su apreciación de la objetividad como un conjunto de reglas que permite a las élites mediáticas y periodísticas saber a qué atenerse en cuanto a la competencia y a sí mismos (“previsibilidad”) y una estandarización de las coberturas pues la objetividad implica que para mantener el “equilibrio”, el periodista debe siempre obtener y presentar las dos visiones del problema y entrevistar por igual a todas la fuentes (“acceso privilegiado”). La objetividad ha sido tan maniatada que los periodistas parecen prestidigitadores que sacan del sombrero el concepto que mejor valga en el momento y que más se ajuste a sus intereses autónomos o dependientes de terceros (directores de redacción, gerentes informativos, departamentos administrativos, de marketing o publicidad, propietarios, accionistas o relacionados del medio de comunicación, instituciones públicas, ONG’s, etc).

El anti-profesionalismo endógeno
Si de algo están pecando los periodistas es de una sumisión suprema a la hora de encontrar la significación y la trascendencia democrática de su oficio, actividad, trabajo o profesión. Ante una anomia que está enmudeciendo hasta los más bizarros representantes (algunos en apariencia mediática) del periodismo “ejemplar” debería contraponerse un enérgico movimiento de restauración ética de la función del comunicador como ente de gran influencia e impacto social. Dicho movimiento debe empezar por reducir el grado de confusión sobre el propio ejercicio profesional, tal y como lo demuestra el estudio analizado por Luis García Tójar y que degenera en la no utilidad del marco moral que servía de orientación para la conducta de los periodistas años atrás (anomia).

La lucha debe ser frontal contra la proletarización de una profesión que, a pesar de carecer de algunos de los requisitos enumerados por Geoffrey Millerson para ser considerada como tal, lleva latente la esencia centenaria de la responsabilidad natural de “crear comunidades y democracia”, como lo han sugerido Kovach y Rosenstiel. Debe empezarse también por desmontar las estructuras de sometimiento que, de acuerdo a la teoría de Herbert J. Gans, “desempoderan” a los periodistas. El “desempoderamiento” político y económico lleva tiempo actuando sobre los ciudadanos, sobre todo en los grandes países occidentales (supuestos paladines de la libertad y la democracia), por lo que los ingenieros de la información deben actuar como óbice para evitar que siga echando raíces un sistema elitista de coimas morales e ignominia.

La comunicación se ha vuelto muy compleja y en la actualidad ha adoptado una diversidad inimaginable tan solo hace 20 años. Por eso, es loable que se haya logrado un consenso a escala europea en cuanto a los códigos deontológicos que son necesarios para balancear el derecho de los propietarios de medios a la expresión y el de los ciudadanos a recibir información veraz, plural y ética. En España, el esfuerzo nacional se refleja en la consolidación de un Código Deontológico del Periodismo de la FAPE, en un Consejo de Deontología y su Reglamento respectivo. Pero hace falta más que eso. El pueblo requiere de mayores sacrificios de parte de aquellos en los que ha depositado su libertad de prensa. Los PARS de Claude-Jean Bertrand sirven de vademécum para escoger por dónde empezar, aunque sería preferible adoptar varios mecanismos paralelamente, con el propósito de no darle más tregua al comercialismo, la banalidad informativa y el desapego cívico que terminará de neutralizar las potencialidades colectivas de fortalecer la democracia, haciéndola más directa y participativa.

Se abre el abanico
En el escenario periodístico se han desplegado varios caminos que pueden servir de atajos para esquivar la discusión de los problemas centrales del periodismo convencional que se ejerce en la mayoría de los medios de comunicación del mundo. Pero no es que se desee obviar la dialéctica, sino que en este caso ha resultado mejor mostrar haciendo que diciendo. Aquí cabe mencionar a las alternativas de periodismo denominadas de soluciones, estratégico (o de anticipación) y público (o cívico). Como diría Claude-Jean Bertrand sobre los PARS: “todos han sido puestos en marcha en Estados Unidos de América” (pero no todos persisten), en este caso de las corrientes periodísticas no tradicionales, también tiene como su principal territorio de experimentación a EE UU. Podríamos afirmar que en parte, se debe al temprano nacimiento de las prerrogativas individuales en el ámbito de las libertades de expresión y de prensa. Asimismo, la magnitud de la población consumidora y con un nivel de instrucción promedio, amplía las posibilidades de colocación en el mercado de cualquier invento para bien o para mal.

El desarrollo del periodismo de soluciones propone una nueva perspectiva muy válida en este mundo que Claude Monnier ve como de “confuso y anárquico”. Desde un punto de vista optimista, este periodismo se comporta como un depósito de exitosas experiencias comunitarias, pero no para complacer la autoestima de la población o para ocultar los sucesos negativos que empañen la vita cotidiana de la gente, sino para desvelar “patrones y ubicar con exactitud las claves del éxito” como afirmara David Bornstein. Este escritor free-lance de revistas en Nueva York, fue autor de una historia “de soluciones” que terminó convirtiéndose en un libro sobre el microcrédito como método para combatir la pobreza de la mujeres en Bangladesh. Así como éste, existen miles de ejemplos de cómo eliminar o minimizar los problemas de la sociedad que merecen ser difundidos. Nunca se sabe a quiénes podrían ser útiles tras su imitación.

La batalla por hacer prevalecer nuevamente los principios del periodismo adaptados a la nueva realidad es una carrera contra el tiempo. Apurar el paso es importante antes de que el sistema “anómico” termine de extinguir a los profesionales que podrían entrar dentro del perfil buscado por Monnier para trabajar como periodistas estratégicos: “gran capacidad intuitiva”, habilidad de simplificación de las abstracciones complejas, “compasivo” y “trabajador”. Estas formas de periodismo promueven la revisión crítica de lo que se está haciendo y de qué manera se puede recuperar la confianza de las audiencias de los programas informativos.

La opción cívica
El periodismo público parece tener el mayor nivel de implicación de los profesionales con la gente y sus problemas. Tanto así que se le acusa desde la parcela de los “tradicionales” como un experimento que tiene “el peligro de cruzar la barrera ética, de caer en el sesgo” (según Arthur Charity en su libro Doing Public Journalism). La base del periodismo público es la consolidación de condiciones reales que permitan a la ciudadanía enterarse, discutir y participar en el abordaje de situaciones específicas que impactan su vida. Lo ideal es que los periodistas públicos sirvan de “puente” entre todos los actores sociales que se encuentran fragmentados, pero que pueden ser momentánea o permanentemente corresponsables del origen, desarrollo y solución de los problemas. Pero no se debería limitar el periodismo público a la identificación de problemas o a experiencias electorales estilo Wichita Eagle (Kansas, EE UU) o Charlotte Observer (Carolina del Norte, EE UU).

Este periodismo cívico puede servir de plataforma para ampliar construir instituciones más fuertes que internalicen las características y necesidades de las comunidades. En consecuencia, las instituciones de gobierno, las ONG’s, las empresas privadas y el periódico verán más sencillo el camino hacia la adopción, asunción y ejecución de una estrategia de Responsabilidad Social Corporativa (RSC) que redunde en el aumento del capital social y cívico.

Ahora bien, y como acérrimamente ha apuntado Hal Crowther (periodista del Independent Weekly), el periódico no puede transformarse en un buzón de opiniones sobre todo aquello que la gente considera importante y que de modo circunstancial esté provocando consecuencias negativas en su vida. Así como las alternativas de soluciones, de anticipación o cívico pueden traer aires de renovación y cambio a la función e imagen de los medios de comunicación, de igual forma, existe el riego de volver rutinario el modelo hasta perder de vista su objetivo principal de hacer más conscientes, resolutivos y participativos a los ciudadanos.

Todo se reduce al aprovechamiento de la libertad que nos ofrece la democracia para buscar las verdades y divulgarlas de la manera más efectiva al público. Ese público que debe dejar de ser lo que el periodista Walter Lippman denominaba “espectadores de teatro” que solo perciben una realidad deformada o incompleta suministrada por los mass media. Y para contrarrestar las fuerzas centrípetas que alejan de todos los ciudadanos las posibilidades de conocimiento y acción para centralizarlas en una élite, es vital recuperar el vigor del periodismo tradicional y dar cabida a las nuevas corrientes profesionales. De esta forma, las fuerzas centrífugas esparcirán el cúmulo de libertades con que se cuenta en un sistema democrático hacia la gran diversidad del público. Sobre todo la capacidad de comunicación entre los ciudadanos, como sostenía el filósofo estadounidense John Dewey, reforzada y magnificada por la acción mejorada de la prensa y la educación.

Ya transcurrida la primera década del siglo XXI y ante una era dominada por las arrolladoras tecnologías de la comunicación que parecen derrumbar cualquier teoría que pretenda sustentar una profesión, es menester ampliar el rango de la reflexión acerca de lo que es la misión principal del periodismo. Está claro que su papel en la sociedad es trascendental. Pero el desempeño de los periodistas y los medios en manejar la información que la gente requiere es lo que va condicionar su evolución en los próximos años. La credibilidad debe ser recuperada día a día, hora a hora, teniendo en mente siempre que allá afuera existen miles de millones de seres humanos que no les costaría mucho prescindir de nosotros (más cuando son millones los que dedican todo su tiempo a sobrevivir y otros a vivir y ensimismarse con la ayuda de las NTIC’s). Empero, el costo de volver a recuperar el servicio público suministrado por la prensa será tan alto, que pasarán años de retroceso antes que de que la sociedad pueda llenar ese vacío nuevamente.

NAHN.-

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